Equipo casero y algunas ideas nuevas

Por Guillermo Almaraz

Si Roberto escribió de la prehistoria de La Vigi, yo me referiré a la historia (pero muy cerca de los dinosaurios). En mi caso éramos un pequeño grupo de entusiastas que empezamos a ir a la sierra a caminar y pronto conocimos otros “aventureros” que además de caminar hacían rapel y algunos se animaban a escalar. El equipo que usábamos era una cuerda de dudosa calidad y nos atábamos con un cinturón de seguridad que pasábamos dos veces alrededor de la cintura y rematábamos con un “nudo de cinta”.

Teníamos otro concepto del deporte, llegábamos a La Vigilancia o al Volcán (la sierra de enfrente) y antes de ir a las paredes subíamos a la cumbre, hasta la cruz que había allí, para cumplir ese rito y recién después nos dedicábamos a escalar. Además todo era desde abajo y el top-rope era para entrenar. Por supuesto que el grado era muy bajo, pero era nuestra realidad. Las rutas se seleccionaban en base a lo que veíamos y a la posibilidad de asegurarnos que nos brindaba la fisura elegida. Éramos de la generación de los sacachispas y si mal no recuerdo la idea la sacamos del viaje a Los Gigantes (1988) donde convivimos con escaladores consumados que nos avivaron de algunos trucos, como lo del recorte de tapones y la utilización de magnesio (aunque era considerado anti deportivo). En esa época conseguir equipo era una odisea, se dependía de viajes a Europa de amigos o de la adaptación de materiales argentinos a las necesidades de la actividad. Lo más delicado era el tema de los mosquetones: o comprabas en Fugate la versión argentina, o sí o sí los traías de afuera, con un costo elevadísimo para nuestras jóvenes economías.

Además de ir a La Vigi, los mejores recuerdos son los asados en la casa de Miguel Minaudo, donde los adolescentes nos podíamos juntar con los grandes. Escuchábamos atentamente y no hablábamos mucho. Había leyendas que se relataban, como un viaje a Ventana donde habían encontrado cabezas de antílopes, la expedición al Aconcagua del 84, las andanzas del Vikingo Pezzatti, una gran cantidad de anécdotas y quizás algunas mentiras o exageraciones.

El curso de Tarditti nos abrió otros horizontes y a fines de 1988 se formó el actual Club Andino. Las salidas se intensificaron y un nuevo grupo de escaladores se comenzó a formar. En 1990 con la creación de la escuela del CEF Nº 1 se formó un compacto grupo, con quienes escalamos lo máximo posible y se empezó a viajar. De esa época quedan rutas como la Yuyito (hoy llamada Gurú 6b), la Anormal (6a), la Superpepo (5+), “la del arbolito”, un nuevo sector a la derecha de la Rompepuños y la escalada con equipo móvil de la Yo Soy (5+), sin dudas una de las rutas más difíciles que intentábamos en esa época. Valía en libre o en artificial, era lo mismo, solo contaba llegar arriba. Caminar primero, escalar lo que se pueda y asado en la cueva era el programa habitual de un fin de semana en La Vigilancia.

Pronto llegó otra generación y la mía se diluyó entre ambas, la que nos precedió (yo quedé más cerca de ellos), y los mas ávidos por seguir creciendo en la escalada se fusionaron con los más chicos, que llegaban con más ganas y que convertirían a Mar del Plata en una plaza de escalada como nunca nos atrevimos a soñar en las largas caminatas que emprendimos por La Vigi, dando nuestros primeros pasos en el deporte de la montaña.